lunes, 2 de abril de 2012

La tristeza de un pueblo: El Pueblo de Dios


Madre de Cristo, que se revele una vez más, en la historia del mundo, la infinita potencia salvadora de la Redención: ¡potencia del Amor misericordioso! ¡Que éste detenga el mal! ¡Que transforme las conciencias! ¡Que en tu corazón Inmaculado se revele para todos la luz de la esperanza!

Contemplemos a Cristo crucificado que ha redimido a la humanidad, cumpliendo hasta el final la voluntad del Padre. En el Calvario, en los últimos instantes de vida, Jesús nos confió a María como Madre y nos entregó a ella como hijos.

En este tiempo amenazado por la violencia, por el odio y por la guerra, testimoniad que Él y sólo Él puede dar la verdadera paz al corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Esforzaos por buscar y promover la paz, la justicia y la fraternidad. Y no olvidéis la palabra del Evangelio: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).


 

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