ACTO DE CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
Oh Corazón Inmaculado de María,
por tu perfecta comunión de amor con el Corazón de Jesús,
eres la escuela viviente de total consagración y dedicación
a Su Sagrado Corazón.
En tu Corazón, Oh Madre, queremos vivir
para aprender a amar, sin divisiones,
al Sagrado Corazón de Jesús;
a obedecerle con diligencia y exactitud;
servirle con generosidad
y a cooperar activa y responsablemente
en los designios de Su Sagrado Corazón.
Deseamos consagrarnos totalmente
a tu Corazón Inmaculado
que es el camino perfecto y seguro
para llegar al Corazón de Jesús.
Tu Corazón, es también
refugio seguro de gracia y santidad,
donde nos vamos liberando y sanando
de todas nuestras oscuridades y miserias.
Deseamos pertenecer a tu Corazón,
Oh Virgen Santísima,
sin reservas y en total disponibilidad de amor
a la voluntad de Dios, que se nos manifestará
a través de tu mediación maternal.
En virtud de esta consagración, Oh Inmaculado Corazón,
te pedimos que nos guardes y protejas
de todo peligro espiritual y físico.
Que nuestros corazones ardan con el fuego del Espíritu
como arde tu Corazón Inmaculado.
Qué unidos a ti,
que eres la portadora por excelencia de Cristo para el mundo,
y ungidos por el poder del Espíritu Santo,
seamos instrumentos para dar a un mundo tan árido y frío,
el amor, la alegría y la paz del Corazón de Jesús.
Amen.
Consagración del Mundo y el Tercer Milenio
por el Beato SS Juan Pablo II,
en la Misa de Clausura del Jubileo de los Obispos,
a los pies de la imagen de la Virgen de Fátima
el 8 de octubre de 2000
HOMILIA DE JUAN PABLO II
A LOS PIES DE LA VIRGEN DE FÁTIMA
- 8 de octubre de 2000 -
1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar, en el que tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús, el fruto bendito de tu purísimo vientre, el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo, resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al encomendarte al apóstol Juan, y con él a los hijos de la Iglesia, más aún a todos los hombres, Cristo no atenuaba, sino que confirmaba, su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo, porque vives en Él y para Él.
Todo en ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada, eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a ti en el alba del nuevo Milenio.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro, a la que se unen tantos Pastores provenientes de todas las partes del mundo, busca amparo bajo tu materna protección e implora confiada tu intercesión ante los desafíos ocultos del futuro.
2. Son muchos los que, en este año de gracia, han vivido y están viviendo la alegría desbordante de la misericordia que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo y, aún más, en este centro del cristianismo, muchas clases de personas han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes, aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos, artistas y periodistas, hombres del trabajo y de la ciencia, niños y adultos, y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo al Verbo de Dios, encarnado en tu seno.
Haz, Madre, con tu intercesión, que los frutos de este Año no se disipen, y que las semillas de gracia se desarrollen hasta alcanzar plenamente la santidad, a la que todos estamos llamados.
3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera, rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria, tan apasionante como rica de contradicciones.
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral, o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites, llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado, la humanidad está en una encrucijada.
Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente, Oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús.
4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan, nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27), para aprender de ti a ser como tu Hijo.
¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Estamos aquí, ante ti, para confiar a tus cuidados maternos a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a tu querido Hijo, para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros, como en la primera comunidad de Jerusalén, reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
Qué el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor, guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres, comenzando por los más débiles: a los niños que aún no han visto la luz y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento; a los jóvenes en busca de sentido, a las personas que no tienen trabajo y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas, a los ancianos que carecen de asistencia y a cuantos están solos y sin esperanza.
5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos y las esperanzas de la Iglesia y del mundo, ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas que la vida reserva a cada uno y haz que, por el esfuerzo de todos, las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A ti, aurora de la salvación, confiamos nuestro camino en el nuevo Milenio, para que bajo tu guía todos los hombres descubran a Cristo, luz del mundo y único Salvador, que reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.
Beato Juan Pablo II